Me sacudí con vehemencia en el lugar.
-¿Salió?-, le pregunté.
Por toda respuesta sacudió su cabecita en negación, y levantó su manito para ayudarme en la limpieza.
Vano intento, la suciedad permaneció inmóvil.
El día se me hizo eterno y los espejos huían a mi paso.
La ignominia de mi pelo sucio laceraba mi autoestima.
Cuando por fin pude ver mi reflejo, sonreí aliviado y orgulloso: era la nieve en mis sienes.