Desde lo alto del risco, me dedicaba esa mañana a observar el mar de cabezas inquietas y bulliciosas en el valle. Los más grandes pasaban directamente a sus guaridas mirando con curiosidad a los recién llegados.
Y los recién llegados miraban todo con atención, sus rostros demostraban ansiedad, temor o curiosidad, y algunos se juntaban en grupos al reconocerse como parte de una misma camada.
La matriarca dió la señal, y rápidamente nos desplazamos hasta los lugares señalados y comenzamos a formar los grupos con cortos pero potentes rugidos.
Cuando terminamos miré con seriedad y atención la nueva camada a mi cargo, con un gesto me siguieron por los senderos y subimos hasta la mitad del risco, donde pasaríamos las siguientes cuatro temporadas preparándolos para enfrentar el desértico paraje que tenemos por hogar.
Sin emitir sonido los hice entrar y me ubiqué frente al grupo.
- Buenos días, me llamo Leonardo y seré su profesor jefe por los próximos dos años.
Han transcurrido casi dos años desde ese día, y tengo sus rugidos grabados en mis oídos, sus sueños y anhelos del futuro pegados en mi espíritu y sus garras y colmillos marcados en el alma. Para siempre.