octubre 27, 2016

Almohada literata

Me levanté de mala gana y cuando el espejo me saludó con un "el que en buena hora ciñó espada" se me espantó el sueño, la modorra y el dolor del cuello.
Limpié el espejo del vapor, pero nada, ahí escrito a la altura de mi frente el épico epíteto. 
Mi terror aumentó cuando un poco más abajo, hacia la derecha, percibí una cruz con los brazos caídos y finamente labrada en el cristal.
Aterrorizado e inmóvil comencé a observar todos los rincones y lugares buscando al autor de tan horrible broma, y un poco más allá, en el reflejo de mi cama encontré al culpable; me acerqué con vergüenza de mi terror inicial al darme cuenta que me quedé dormido encima del libro que uso como inductor del sueño, y en las páginas expuestas que me sirvieron de almohada...  faltaba la frase y una parte de la ilustración de Tizona.


octubre 24, 2016

Alonso Quijano

Mientras la vida se le iba en agonía, recostó su cabeza adolorida y ensangrentada en el suelo para dedicar sus últimas energías a pensar en ella...
- Mi dulce señora... ya no veré la vuestra fermosura... pero desde el cielo velaré por vuesa merced...

Y ahí quedó el vencedor del gigante Caraculiambro, malferido y agónico, derrotado y pisoteado por un rebaño de pantallas con  guazáp, intagrá y tuiter.

octubre 20, 2016

Serena Soledad

Me sonreía desde el otro lado del salón, y yo me daba buena cuenta de mi estúpida sonrisa para corresponderle porque no quería demostrarle el interminable recuerdo de su estampa en mi retina ni el afilado recuerdo de su risa que lastima mis oídos con su ausencia ni que mis latidos aún marcan su ritmo.

La veía etérea, como si volara apoyada en mi corazón de humo.
La oía lejana, como si huyera de mis palabras mudas.
La sentía profunda, como si escarbara en mis recuerdos olvidados: las olas rompían en la orilla en sincronía con nuestras risas, El Faro longevo testigo de la fría mañana y del calor de nuestras miradas; el desnudo mármol sonreía con gracia a nuestro paso, y los señoriales edificios envidiaban nuestra complicidad.

El beso de despedida no lo fue sólo del encuentro, sería también ignoto presagio de la lápida que, sin nosotros saberlo, se forjaba sobre el fuego de nuestros corazones núbiles e ingenuos.

Cachorros

Desde lo alto del risco, me dedicaba esa mañana a observar el mar de cabezas inquietas y bulliciosas en el valle. Los más grandes pasaban directamente a sus guaridas mirando con curiosidad a los recién llegados.

Y los recién llegados miraban todo con atención, sus rostros demostraban ansiedad, temor o curiosidad, y algunos se juntaban en grupos al reconocerse como parte de una misma camada.

La matriarca dió la señal, y rápidamente nos desplazamos hasta los lugares señalados y comenzamos a formar los grupos con cortos pero potentes rugidos.

Cuando terminamos miré con seriedad y atención la nueva camada a mi cargo, con un gesto me siguieron por los senderos y subimos hasta la mitad del risco, donde pasaríamos las siguientes cuatro temporadas preparándolos para enfrentar el desértico paraje que tenemos por hogar.

Sin emitir sonido los hice entrar y me ubiqué frente al grupo.

- Buenos días, me llamo Leonardo y seré su profesor jefe por los próximos dos años.

Han transcurrido casi dos años desde ese día, y tengo sus rugidos grabados en mis oídos, sus sueños y anhelos del futuro pegados en mi espíritu y sus garras y colmillos marcados en el alma. Para siempre.

Acústica violencia

Veo el cuervo de Edgar, cuyo graznido taladra mis oídos para penetrar en mi cerebro y asesinar mis neuronas; cómo extraño "Silencio"... y sólo es el primer partido.